domingo, 5 de junio de 2022

Historia de un encuentro

 

 Hoy es una tarde de sol en Reconquista, es vísperas del 25 mayo. Con los días de humedad y lluvias en esta zona, veníamos extrañando su calor. Camino unas cuadras por calles y veredas donde los árboles aún lloran sus hojas amarillas. Me acompaña mi perra Frida que no quiso quedarse en casa. Voy acercándome a la casa de doña Olga, y allí me recibe Angelina, viven las dos y se acompañan mutuamente. Con mates y pan casero con chicharrón, comenzamos esta charla, entre las tres vamos hilvanando recuerdos, chistes, comentarios; es difícil seguir el hilo, pero así se va tejiendo la vida. Le pregunto cómo se presentaría para los que no la conocen. Y entonces dice su nombre, Olga, pero tiene otro nombre cortito Edda. Olga Edda Tourn, con sus 88 años se mantiene lúcida y con un humor ácido en algunos momentos, dice que tal vez no quiera decir su edad, porque ya ni se acuerda; no esperaba vivir tanto, y con su marido tenían algunos chistes de como los iban a encontrar muertos. Esto del humor y de no tener filtros no es de ahora, ella dice siempre fui así, un poco sargenta, sonríe mientras cuenta.
 - Y le pregunto: ¿Qué quisiera contar de su niñez? -Ufff fue larga… Y comienza a recordar, su abuelo Tourn vivía en el campo, trabajaba en una finca. El otro día estaba viendo mi árbol genealógico, es enorme. Sus raíces familiares se hunden en tiempos ancestrales, de culturas piamontesas e inglesas, hacen un puente en esta tierra, y ella recuerda a su abuelo Rivoira, que allá, en Alejandra, entonces un pueblito, tenía una estancia y una tienda de ramos generales. En el tiempo de cosecha los peones se sentaban a comer en una mesa grande en el patio de su casa bajo un parral, allí hablaban. 
-Y a mí me gustaba escuchar -dice doña Olga-, siempre me gusto escuchar lo que las personas decían, y sobre todo lo que decía mi abuelo. Los días de lluvia me sentaba a su lado para escuchar sus historias, cosa que a mi hermana Miriam no le gustaba, ella disparaba. Y vuelve a sonreír, mientras cuenta. De esta manera, Olga escuchó las primeras noticias de la segunda guerra mundial, y recuerda como esto, a pesar de ser una niña, le angustió tanto que su madre la tranquilizaba diciendo que debía pedir a Dios para que esto no afectara a su familia. Ella se preocupaba entonces por su padre y por sus tíos. 
- ¿Y su familia participaba en la iglesia? -Le pregunto 
-Mi abuelo nunca faltaba los domingos a un culto, pero la que me enseñó a orar fue mi mamá. Primero el padrenuestro, y me explicaba las palabras, aunque después yo le agregaba las mías, sobre todo en esos momentos de angustia. Éramos cuatro hermanos y uno de ellos sigue en Alejandra. Parte de mi familia materna estaba allí y parte en Buenos Aires. 
- ¿Y cuando llegó a vivir a Reconquista?
 Primero estudié la primaria en Alejandra, y después vine a estudiar la secundaria acá en Reconquista, para ser maestra, pero no me hallaba, primer año nomás hice. Antes las familias eran grandes, vivíamos todos juntos. Mi abuelo Tourn era de Esquina, Corrientes, y sabía hacer de todo, era herrero, carpintero, hacía monturas forradas en cueros, livianitas. Todas hechas a mano, eran hermosas, y su oficio les enseñaba a sus hijos. Yo tengo una historia interminable. -Asiste y sonríe, siempre sonríe y sigue con sus recuerdos:
 -Siempre la casa de mi abuelo llena de peones, sobre todo en el tiempo de cosecha. Hectáreas y hectáreas de agricultura. Me acuerdo que iba detrás de la casa y le pedía a Dios que no llevara a mi familia a la guerra, era triste, yo era chica, pero me daba cuenta. En esa época había muchos ‘crotos’ que iban y venían a pedir trabajo. A mí me gustaba ver como cocinaban cerca del fogón, en una lata, pero mi mamá me llamaba. Viví mucho tiempo de Margarita. Después me casé con un maestro, lo conocí en un baile, a los 14 años. Tiempo después lo volví a encontrar en otro baile, pero no salimos inmediatamente porque yo me hacía que no lo quería. Después nos casamos y nos fuimos a vivir en el campo, en una colonia: La María. En esa colonia las personas se dedicaban a las tareas de la estancia, el papá de Angelina era capataz de la estancia, y había muchísimas personas, también había cazadores de nutrias porque vendían sus cueros. La escuela tenía cien alumnos, y un solo maestro-director, ahora si son pocos. Tengo historias para contar que podría estar tres días. -No dudo que sea así, además entre mate y mate se podría estar tranquilamente charlando con doña Olga. Ella tuvo tres hijos varones: Carlos, Luis Cesar y Dardo, y en la conversación recuerda cómo se portaban de niños y alguna que otra pelea-
-Ellos siempre estaban atrás de mí. Y yo por las noches cocía, mientras ellos dormían o cuando eran más grandes estudiaban, así los vigilaba. Cuando los niños fueron más grandes y tenían que ir a la escuela nos mudamos a Alejandra. Allí vivimos nueve años. Después cuando crecieron, Carlos fue a la escuela técnica de Helvecia. Richieri, mi esposo, siempre pensó en sus hijos, y pudo conseguir el traslado a Reconquista para que pueda estudiar. Angelina asiste. En marzo cumplimos cincuenta años viviendo acá, vinimos en 1969.
 - ¿Y qué recuerdos tiene de la iglesia en ese entonces? 
Cuando me mude a Alejandra estaba contenta porque podía ir a mi iglesia. Mi marido, aunque no iba, me ayudaba para que los chicos fueran y los obligaba para que vayan a la iglesia. Yo de chiquita quería orar, mi mamá me explicaba las cuestiones de la fe. Siempre fui emprendida en la fe. Siempre participe: iba el Sínodo y a los presbiterios, cuando nadie quería ir, yo dejaba todo e iba. Acá en la iglesia no había liga femenina pero siempre había mujeres que estábamos haciendo cosas. En Alejandra sí, ahí fui presidenta de la liga femenina, yo las sargenteaba.
 - ¿Y qué tareas realizaba dentro de la iglesia? 
-Yo enseñaba costura en el barrio. Muchas mujeres de allí saben coser porque yo les enseñe. Hacíamos dulce para vender; eran famosos, la gente averigua de donde eran y nos compraba. Sobre todo, los dulces de mamón. Después no hubo más mamón, no sé qué pasó con el clima y las plantas que en un invierno se helaron, nunca más salieron. Yo me hacía llevar por el Citroën de la iglesia, que manejaba Nelly. A veces no les tenía mucha paciencia a las mujeres, sobre todo cuando íbamos llegando y de lejos olíamos que casi se quemaba el dulce. Y un día recuerdo que Don Ramírez me trajo en carreta, porque no fueron a buscar. -Y continua su relato. – 
-Peleábamos con los pastores que no nos querían llevar hasta el barrio, porque era nuestra tarea. No importaba que pastor estuviera, nosotras siempre hacíamos nuestra tarea. (Ella habla en plural porque la incluye a Angelina) 
- ¿Qué la motivaba a seguir estando dentro de la iglesia, a hacer esa tarea en el barrio? 
-Era un respaldo para mí, me hacía sentir que estaba más cerca de Dios. Por eso me gusta cuando hacen las celebraciones acá en casa. Me pone tan feliz. Ya se hicieron dos celebraciones en mi casa- Doña Olga dice eso porque desde su operación de cadera no se puede mover de su casa-. 
- ¿Quiere agregar algo más, le gustaría decir algo a las personas que la van a leer? -
 Yo no sé qué decir, tampoco me quiero hacer de la sabionda. -Dice Doña Olga. Ella realizaba los cultos y tiene todavía guardado un cuaderno que atestiguan sus predicaciones, afirma que le da lástima tirarlo, le respondo que eso forma parte de la historia de la comunidad de Reconquista. 
 
Entre mate y mate se fue haciendo de noche, me despedí y recorrí las calles junto a mi perrita Frida. Mientras seguía rumiando la entrevista pensaba que cuando me ofrecieron hacer esta sección a alguien de Reconquista, lo pensé un poco pero no podía dejar pasar esta oportunidad para reconocer en Doña Olga su trayectoria, sus esfuerzos en mantener a una comunidad ofreciendo los dones. Ella una mujer fuerte, alegre, y frontal, es una de las protagonistas de la iglesia doméstica que, guiadas por su fe, sale al encuentro de los otros. 
Carmen Alegre 
Entrevista publicada en Pagina Valdense junio de 2019

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