O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo; ya encontré la moneda que se me había perdido.” Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente.
Lc 15, 8-10
Esta es una de las parábolas de la misericordia, contadas en el Evangelio de Lucas, donde las protagonistas son las mujeres, las que buscan y se alegran. Podríamos preguntarnos cuál y cómo es esta moneda
perdida. Es una moneda de dos caras, dos rostros. No existe uno sin el otro.
Quizás lo que pasa es que conocemos un lado de la moneda: el rostro masculino o
del varón. Nos hace falta encontrar la
moneda y ver el otro lado de la
humanidad: que es el rostro femenino. Sólo así podríamos decir que conocemos
una única moneda, que es el ser humano en sus dos expresiones: varón y mujer,
hechos a imagen y semejanzas de Dios.
Quiero
invitarlos a todos, varones y mujeres, quitarse la venda de los ojos, a
encender la luz y a barrer juntos la casa. Se trata de buscar esa moneda
preciosa y perdida que es el rostro de la mujer, su identidad y lo que
significa para cada uno y cada una, descubrimos al mismo tiempo al varón, lo
que nos hace distintos y los dos imagen de Dios. En última instancia se trata
de preguntar por Dios en la mujer: ¿Qué nos quiere comunicar Dios a través de
nuestro ser de mujeres?
Esta tarea no es únicamente de las mujeres, es tarea
de todos. Algo importante en la parábola es que la protagonista es la mujer y
es ella la que en su búsqueda encuentra y descubre la moneda y con ella recata
al varón y a su vez descubre a Dios.
Juntos tenemos que caminar en comunidad y dar los
pasos: ver, pensar y actuar con Jesús: con la
vida y la experiencia que cada
una tiene y junto con otras que tenemos que encender las lámparas, con las escobas, las palas, el
machete, la maquina de coser, la ollas, la computadora o los libros, busquemos
limpiar nuestro mundo, sociedad, iglesia y familia de los prejuicios sobre la
realidad de la mujer.
Pienso que seremos felices y podremos hacer una
fiesta y regocijarnos entre todos si logramos encontrar esa moneda perdida, hacer conocer la verdad de las dos caras. Volveremos al camino
de hermandad donde el varón y la mujer sean una sola moneda, reflejo de Dios,
donde el varón y la mujer podamos vernos sin vergüenza, cara a cara y podamos
ser y existir como iguales. Dios tiene mucho que comunicar al mundo a través
del rostro femenino.
(Méndez Peñate Adriana, La Buena Noticia desde la
mujer.)
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