Me
cautivó la mirada aquella mujer,
y
detuve mis pasos.
Su
mano encallecida,
testigo
fiel de sufrimientos y sinsabores,
se
movía como una mariposa, entre los bolillos,
como
quien acaricia una nube.
Lentamente,
como
una gota besa una estalactita,
como
el agua del río acaricia los tajamares,
iba
brotando una melodía de encajes y de ternuras,
El tiempo se había detenido conmigo
para
contemplar la escena teñida de encanto.
Y
pensé:
¡cuánto
encaje de bolillos ha hecho Dios conmigo!
¡cuánta ternura en sus manos
para
hacer encaje de mis hebras,
para
modelar mi arcilla reseca,
para
afinar la melodía de mi vida
con
tantos desafinos descolocados!
Se
cruzaban los hilos, se anudaban mil veces,
¡ay!
y se rompían...
pero
aquella mujer, de la mano del tiempo,
no
perdía la sonrisa
y su
mano se volvía caricia inquieta,
y
empeño sereno por acabar su obra.
Y al
final
vio
que todo era bueno.
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